jueves, 14 de diciembre de 2017

Puntos cardinales

Mi pequeño Mundo esta compuesto de imágenes, colores y papel.En él, todos los puntos cardinales convergen en un mismo punto, un lugar de difícil acceso llamado Sueño.

En el Sur el camino es un negativo fotográfico en el que las imagenes del pasado han perdido nitidez, las del presente están demasiado saturadas y las del futuro esperan impacientes desarrollarse mientras intento hacer los reglajes correctos en mi vida.

En el Esté hay una gran montaña de libros y, en su cumbre, un libro en blanco con mis iniciales y un castillo en la portada.Un libro que se completa con cada peldaño que escaló.Nunca llego al fin de la historia, los miedos me invaden, las dudas se apoderan de mi y la creatividad me abandona mientras se aleja con un sonrisa burlona y me hace caer al vacío a mitad de la ascension.

En el Oeste hay un río de óleos y acrilicos por el que navego sobre un barco de papel.El arco iris líquido se convierte en una paleta de grises y las aguas acaban por englutirme.Todo lo que sale de mi pincel son mariposas negras, flores marchitadas y paisajes desoladores.

En el norte está  el amor.El camino a seguir.Hay un sendero estrecho de baldosas amarillas que me llega a mi particular mundo de Oz.En el Norte mi cámara capta las imágenes más bellas, mi pluma escribe el final de la historia y mi pincel traza los colores del pequeño paraíso que deseo encontrar.Ese lugar donde todas las cosas están en su sitio y son como deberían ser.Ese lugar donde el amor lo puede todo y es fuente de inspiración y perseverancia.

No quiero equivocarme.No quiero vivir de arrepentimientos.No quiero abandonar... No importa la dirección que tomar ni las dificultades encontradas durante el viaje.Lo importante es no perder el Norte y saber qui mientras pongamos el corazón, un día llegaremos a esa complicada meta llamada Sueño. pequeño mundo esta compuesto de imágenes, colores y papel. En él, todos los puntos cardinales convergen en un mismo punto, un lugar de difícil acceso llamado Sueño.

En el Sur el camino es un negativo fotográfico en el que las imagenes del pasado han perdido nitidez, las del presente están demasiado saturadas y las del futuro esperan impacientes desarrollarse mientras intento hacer los reglajes correctos en mi vida.

En el Este hay una gran montaña de libros y, en su cumbre, un libro en blanco con mis iniciales y un castillo en la portada. Un libro que se completa con cada peldaño que escaló. Nunca llego al fin de la historia, los miedos me invaden, las dudas se apoderan de mi y la creatividad me abandona mientras se aleja con un sonrisa burlona y me hace caer al vacío a mitad de la ascension.

En el Oeste hay un río de óleos y acrilicos por el que navego sobre un barco de papel. El arco iris líquido se convierte en una paleta de grise y las aguas acaban por englutirme.Todo lo que sale de mi pincel son mariposas negras, flores marchitadas y paisajes desoladores.

En el norte está  el amor. El camino a seguir. Hay un sendero estrecho de baldosas amarillas que me llega a mi particular mundo de Oz. En el Norte mi cámara capta las imágenes más bellas, mi pluma escribe el final de la historia y mi pincel traza los colores del pequeño paraíso que deseo encontrar. Ese lugar donde todas las cosas están en su sitio y son como deberían ser. Ese lugar donde el amor lo puede todo y es fuente de inspiración y perseverancia.

No quiero equivocarme. No quiero vivir de arrepentimientos. No quiero abandonar... No importa la dirección que tomar ni las dificultades encontradas durante el viaje. Lo importante es no perder el Norte y saber que mientras pongamos el corazón, un día llegaremos a esa complicada meta llamada Sueño.

sábado, 17 de diciembre de 2016

Los olvidados

¿Que hace que nuestro paso por esta tierra sea recordado? ¿Necesitamos ser ilustres personalidades? ¿Es necesario un acto de bravura que nos convierta en un ser ejemplar que generaciones posteriores trataran de imitar sin descanso? ¿Necesitamos ser millonarios y comprar así eternalmente nuestro recuerdo con actos que poco tienen de desinteresados? Y si no somos nada de eso, ¿que hace que seamos recordados entre nuestros seres queridos? ¿Somos recordados porque hemos sido buenos padres, buenos hijos, buenos esposos...? y aunque así sea, un día, cuando miles de otoños hayan caído sobre nuestras grises piedras tumbales, no quedará de nosotros más que una foto borrosa y una inscripción rota. 

El olvido no debería existir; hayamos llevado una existencia impecable u odiosa. Porque en ambos casos, las personas desaparecidas marcaran las vidas, los actos y el destino de alguien, para bien o para mal. Y si no conocemos nuestros origines, ¿cómo podemos pretender guiar nuestros actos? ¿Cómo esperamos que nuestro paso por la tierra tenga sentido? Porque cada uno de nosotros debería darle sentido a la vida de alguien.

No sé  porque me paré sobre aquella tumba ayer, eran tantos los olvidados enterrados a la sombra de los cipreses... Al fondo del cementerio, justo detrás del monumento a los caídos de la guerra del 14-18, y camufladas por grandes e impecables tumbas, estaban todas aquellas sepulturas que ya nadie visita. Ninguna flor fresca reposaba sobre ellas más bien un manto enorme de hojas secas las hacia desaparecer aún más bajo tierra. Algunas de ellas simplemente habían envejecido con el tiempo, pero conservaban su majestuosidad con sus antiguas cruces talladas en madera y un cristo cuya expresión parecía sumarse a la tristeza de aquellos que, a tres metros bajo el suelo, se preguntan seguramente aun hoy, donde están los suyos. Otras, las más desafortunadas, mostraban sus lápidas o sus pequeños y bajos muretes de piedra rotos y hundidos en la tierra como si esta fuera a tragárselos definitivamente, como si en el fondo aquellos que allí reposaban lo estuvieran deseando, cansados de vivir solos en esa eternidad sin fin. Una manera de desaparecer definitivamente.

La sepultura de François Collinet apenas era visible. Tan solo una inscripción grabada sobre un corazón de piedra roto. Al principio creí que era mi ojo fotográfico el que se interesaba por aquel órgano vital en piedra pero el subconsciente es sabio: mi propio corazón estaba roto y me acerque para apoyarlo debidamente sobre el árbol que coronaba la tumba. Coloqué estéticamente esa rama que impedía leer la historia de aquel que abandonó este mundo a los 45 años. Bajo la piscina de hojas secas distinguí un trozo de cerámica. Creí que formaba parte de la inscripción rota y el desenterrarlo descubrí el rostro de un joven militar. El único vestigio de su recuerdo se hallaba también enterrado como su cuerpo. Enterrado en la superficie bajo ese manto marrón de hojas muertas que cada año se hacía más espeso. A nadie le importaba ya ese rostro, esa vida, esa historia. La historia de un joven militar muerto demasiado joven a la mirada dulce y el rostro atractivo. No sé porque su tumba no se hallaba junto a aquellas que lucían impecables con la bandera belga, pertenecientes a los muertos de la Gran Guerra. Quizás porque la guerra no fue la causa de su muerte, quizás porque alguien decidió que sus méritos no eran necesarios para ocupar ese espacio privilegiado. Ahora me doy cuenta de que ni siquiera leí la inscripción completa en aquel corazón. Solo coloque la foto a su lado, realicé los reglajes de mi cámara e inmortalicé aquel metro cuadrado de tierra bajo el cual quizás Monsieur  Collinet sonreía después de muchos años. Después, me aleje con el paso acelerado.

Huía del olvido. Huía de un corazón roto, el mío, cuya diferencia era que yo tenía aun los pies en un mundo que me pesa. Huía del miedo al olvido y sobretodo huía del abandono. Una toma de consciencia brutal frente a una tumba olvidada: no necesitamos morir para que nos olviden ni nos abandonen. No importa lo que hagamos ni lo que nos esforcemos. La gente olvida pronto. Las personas permanecen a tu lado mientras una sonrisa permanente atraviesa tu rostro y se alejan cuando las lágrimas lo invaden, cuando la enfermedad te incapacita, cuando tus propios sufrimientos te impiden dar todo lo que dabas por ellos. Somos los olvidados, vivos o muertos.

Pronto regresaré a ese cementerio, no solo porque mientras  la gran mayoría se siente aterrorizada, yo encuentro en esos lugares un silencio y una paz que devuelven por unos instantes la calma a mi alma siempre atormentada. Volveré porque tengo una tumba que limpiar, cuidar y reparar. Quizás parezca una locura, quizás un día la historia de Monsieur Collinet me decepcione, pero los “quizás" no son buenos.  Porque quizás un día yo seré la triste habitante de una sepultara abandonada porque nadie quiso recordar mi historia. Porque llevé mi vida inmersa en mi propia soledad, un poco como ya pasa ahora, alejando de mi a todos aquellos que un día quisieron recordarme.

Aunque bien pensado, quizás nací únicamente para escribir las historias de los otros y convertirme, simplemente, en una más de los olvidados...


jueves, 28 de julio de 2016

Velas y tinta

Sillas plegables, toallas de diferentes diseños y sombrillas que vieron la luz en los años sesenta. A unos metros, sobre el agua, se funden los colores de colchonetas, flotadores y barcas. El aire huele a salitre y a crema solar. Ya no se ven aquellas mesas plegables con patas de aluminio y sus bases verde oliva pero por toda la playa se distinguen cestas llenas de tuperwares y neveras de Coca-Cola.

Pareos, chanclas, cubos, palas, rastrillos, sombreros...la cultura de la playa que nos devuelve a una época que nos negamos a dejar partir.

En el cielo las avionetas anuncian sus "I love" y sobre la arena algunos intelectuales irremediables como yo, se dejan llevar por la magia de un libro.

Es tiempo de reposo, de pasado, de costumbres...No es difícil, en este ambiente imperecedero, olvidarse de las tecnologías, del avance irremediable del mundo.

En este pequeña playa, aunque increíble, los teléfonos móviles o los IPAD son casi inexistentes o quedan relegados al fondo de un bolso de mano.

Hace un rato que escudriño la gente que me rodea en busca de algún signo de modernidad y nada aparece. No hay melodías de llamada, ni notificaciones. Solo el ruido de las olas rompiendo y de la suave brisa. Solo risas de niños y conversaciones triviales: la barbacoa de la tarde, la visita al circo…

Resulta maravilloso que por el tiempo que duran unas vacaciones nos aferremos de nuevo a los pequeños placeres, a las cosas sencillas de toda la vida.

De vez en cuando, mecánicamente, envío una foto por WhatsApp o un pequeño mensaje a través de Messenger. Casi al momento de hacerlo me invade una sensación de tiempo malgastado. Desactivo los datos móviles y me pierdo de nuevo en la lectura de Marguerite Duras. Sin lector electrónico. Solo con el libro en mis manos, con sus páginas amarillas y su olor a papel envejecido por la humedad.

Sería estúpido no avanzar con los tiempos pero, en estos momentos de desconexión, me siento un poco Jane Austen y me gustaría perderme en un mundo de luces de vela y tinta de pluma. Perderme en esa época donde los recursos eran mínimos y la tecnología inexistente. Donde una carta tardaba un mes en llegar. Donde para huir del frio encendían un fuego y para soportar el calor se bañaban en ríos de agua pura aun no contaminados. Esa época donde nuestros sentimientos no se hallaban bloqueados por la televisión, los ordenadores o las tablets; sino liberados de tal manera que los colores, los sonidos y las emociones nos llegaba al alma de una manera dolorosamente real. Un mundo sin artificios, sin inteligencia artificial, sin el tacto frio de un aparato electrónico de última generación.


En estos días, solo por el tiempo de unas vacaciones, el reloj gira en sentido inverso. En estos días, solo por el tiempo de unas vacaciones, me refugio en mi pequeño mundo de velas y tinta.

viernes, 3 de junio de 2016

Lo que el tiempo se llevó... (Para mi tete)

El pasado nos persigue sin descanso durante una buena parte de nuestra vida. Durante años escuchamos que el pasado es la base de nuestra experiencia, que todo aquello que hemos aprendido durante nuestro ciclo vital nos servirá en nuestro presente y en un futuro que cada vez parece más incierto. Creemos que lo que fue nos dará respuestas a todo y que nos ha convertido en lo que somos gracias a un bagaje excepcional que es solo nuestro. Si, el pasado nos ha convertido en lo que somos, pero una mala interpretación de éste, nos ha convertido, quizás, en lo que no deberíamos ser o en lo que no queremos ser.

Cuesta años darse cuenta que nuestros comportamientos anteriores, marcados muchas veces por el sufrimiento, nos han hecho escoger  el camino equivocado, llevándonos a creer que lo bueno  es lo políticamente correcto, y que si salimos de estas pautas seremos malas personas. Actuamos como debe ser  y adoptamos el comportamiento pautado de los demás como la única opción para avanzar. En un mundo donde las emociones propias son tan intrínsecamente complicadas nos impedimos hacer un análisis más profundo, dejándonos así llevar por la corriente y olvidando quienes somos realmente, cual es nuestra verdadera naturaleza.

Si nos piden algo, nunca decimos que no la mayor parte de veces. Creemos que aceptar ayudar a los demás, escucharlos y estar de acuerdo con ellos, es el camino correcto que nos convierte en mejores personas y, después de todo, cada uno de nosotros desea convertirse en  mejor persona. Si nos hieren, muchas veces callamos, a veces callamos toda una vida. Nos decimos que no es tan grave, que quizás estamos equivocados. Nos aferramos a tópicos como « al fin y al cabo es mi familia » o « es mi amigo del alma, seguramente no fue su intención herirme ». Y nos aplicamos esas frases de auto consolación mientras poco a poco matamos nuestro verdadero yo. Pero no matamos solo eso. Matamos nuestra fe en la gente, en la vida, nuestra alegría, nuestra tranquilidad, nuestro bienestar… hasta nuestra alma.

Seguimos mirando al pasado como fuente de inspiración durante mucho tiempo hasta que un día nos damos cuenta que quizás, lo que nos ha enseñado, no contiene verdades tan rotundas. Nos damos cuenta que ni las alegrías del pasado, ni sus tristezas,  contienen todas las claves de nuestra existencia o simplemente que hemos interpretado mal las lecciones. Si hubiéramos dicho « no » aquella vez que dudamos  ante un « si » que nos pesaba, nos hubiéramos dado cuenta que era más sabio aprender que no podemos estar eternamente disponibles para todos y que ese « no », no nos convertía en peores personas. Hubiéramos estado disponibles para decirnos « si » a nosotros mismos, para llevar a cabo esa tarea que posponíamos para el placer del otro y hubiéramos aprendido a sentirnos menos culpables por haber rechazado.

Es fácil camuflarse en otros tiempos para justificar esa persona en que nos hemos convertido. Es fácil echar la culpa a aquellos hechos lejanos para decirnos que la vida y sus sufrimientos nos han convertido en lo que somos. En realidad son nuestras decisiones frente a esos hechos las que no han convertido en lo que somos. El pasado no es el responsable de lo que hemos devenido, lo son nuestras resoluciones de antaño. El pasado solo hay que mirarlo para encontrar los momentos en que equivocamos nuestro camino y nos olvidamos a nosotros mismos. No es un libro de sabiduría universal, es una etapa en que la fuerza de nuestro interior  debe revelarse con más ahinco pero no perder lo mejor de nosotros mismos: nuestra verdadera esencia. El pasado no es una experiencia para el futuro, es un presente en sí mismo, el presente de ese momento preciso que vivimos; el presente de nuestro aprendizaje, y en el instante preciso en que hemos decidido debemos soltar lastre y olvidar que existió.

El pasado no es hace treinta años. Ni ayer. Para mi el pasado sera dentro de unos minutos cuando deje de escribir. Reflexionaré sobre todo lo que he plasmado en este texto, buscaré mi lección, me aseguraré que he tomado una nueva decisión que me acerca realmente a la persona que soy en realidad, y  cuando cierre mi ordenador portátil, volveré a mi presente y solo existirá ese momento.

No se trata de pensar en el pasado como algo lejano lejano, sino como algo efímero. Se trata de comprender que éste, es el momento anterior de nuestro presente, los segundos previos, o, si lo prefereis, los minutos previos, y luego… dejarlo ir. Las decisiones, las emociones, las penas, las dudas…no deberían existir más lejos del día de hoy. Evitaríamos así de cargar nuestra mochila con recuerdos dañinos  y arrepentimientos eternos. Seriamos esas personas que queremos ser, que debiéramos ser, esas personas que viven de acuerdo con sus consciencias y sus valores, que dejan de tener remordimientos por aquello que hicieron hace veinte años y comprenderíamos que las auténticas lecciones las aprendemos cuando comprendemos que lo verdaderamente importante es el día de hoy.

lunes, 9 de mayo de 2016

Metáfora climática

Me encantan las tormentas de verano. Esas tormentas que desatan su furia tras dias de extremo calor. El cielo se carga de gris al tiempo que el viento balancea con fuerza los cipreses del fondo del jardín. Los truenos se escuchan a lo lejos y se acercan amenazadores mientras juego a contar los segundos entre éstos y la llegada del relámpago. Cuando el intervalo es de dos segundos la tormenta descarga un aguacero e ilumina el cielo con impresionantes rayos que bañan intermitentemente el interior del salón.

Una tormenta de verano es como la solitaria adolescente gótica del colegio. No gusta a casi nadie, produce un irracional temor y solo unos pocos son capaces de ver cuanta luz puede haber en la oscuridad y cuanta profundidad encierran. Las sombras nos aterran. Tanto, que somos incapaces de comprender que no solo el sol puede brillar.

Una tormenta de verano sabe a té humeante en un tazon de barro cocido, a leche caliente con miel y a crêpes con chocolate fundido. Huele a tierra mojada, a hierba fresca y a naturaleza viva. Suena como el agua resbalando sobre el tejado, a melodia clásica en un disco de vinilo y a diálogo de una película nostálgica. Una tormenta de verano es un tronco chispeando cálidamente dentro de una chimenea, un libro de Dickens sobre un cómodo sofá y una manta sobre los hombros. Es un momento de reflexión,  de nostalgias olvidadas y recuerdos borrados.

Nuestra forma de percibir la oscuridad no cambiará.  Seguiremos temiendo a esa chica gótica sentada en soledad en el patio del colegio. No podemos cambiar la manera en que la naturaleza ha hecho las cosas y  a las personas. Pero si solo por un instante, olvidamos el miedo a sentir, y nos abrimos a las sensaciones, quizás podamos ver el verdadero interior de todo aquello que nos parece tan oscuro.

domingo, 8 de mayo de 2016

Ventanas

Hay ventanas para mirar afuera y las hay para mirar hacia dentro. Hay ventanas que simplemente abrimos y nos asomamos a ellas para contemplar un mundo exterior a veces abrumador. A través de ellas, vemos el paisaje con sus gentes desplazándose frenéticamente, a lo largo de una vida que cada vez deja menos tiempo para la instrospección. 

Hay ventanas en cambio que nos muestran lo mas intrínseco de nuestra alma. Son nuestros ojos. Los ojos muestran nuestro yo más profundo, a través de ellos el engaño no es posible. Podemos ver frialdad en una persona que nos ofrece cordialmente la mano, sarcasmo en una persona que sonrie dulcemente o odio en aquel compañero que nos felicita alegremente por nuestro ascenso. Pueden mostrarnos la tristeza en la persona más alegre, la cobardía en aquel que aparenta un enorme coraje o la soledad en la persona más acompañada. 

Los ojos no mienten. Son nuestras ventanas hacia el interior. Aquellas ventanas que, por más que intentemos cerrarlas, permanecen abiertas. Listas para mostrar lo mejor de nosotros...y lo peor.